Príncipe

En mi vida no hay hadas, no hay princesas ni magos.
No existen encantamientos que me consigan lo que deseo.

Las flores se marchitan al pasar mi mano por su pétalos,
y los pájaros no posan en mi mano, cantando felices,
cual Bella Durmiente en su bosque de metal Región Cuatro.

Eso sí, hay magia de sobra, ya que, con cada una de mis sonrisas,
al menos mi mundo, se ilumina con luz que no es de ésta tierra,
robándole brillo a alguna de las estrellas que me espían de noche.

Hay un duende malo, que consiguió mi itinerario de algún enemigo,
me sigue, me acosa, me espía, y cumple todos mis deseos,
que por esa maldita manía de no saber hablar, no formulo correctamente.

Pero soy una reina, mirando sin mucho interés mi reino,
con unos ojos que podrían fulminar a cualquiera que no cumpla leyes que,
egocéntricamente, solo me benefician a mí.

El cielo, permanentemente nublado, no deja pasar los rayos del sol,
obviamente, decreto de la reina y sus secuaces.
No sea que se derritan con la suave caricia del Astro Rey.

Mitad vampira, mitad diosa, con un toque de maldad que me hace divertida,
y una sonrisa que no se sabe si pertenece a un ángel o a un demonio,
me encargo de romper corazones de mortales ingenuos.

Pero una noche, de esas que son recordadas por la eternidad,
entró a mi reino un príncipe azul.

¿Comó llegó hasta el reino escondido por el humo de cigarro,
donde solos los ogros y moustros encuentran su camino,
y contra quienes mi espada es tan efectiva?

¿Qué no se supone que estos seres,
con su cabello brillante y su sonrisa colgate, viven en su mundo rosa,
donde abundan las sonrisas y los animales hablan con las princesas?

¿Porqué esa fascinación en tus ojos?
¿Y que hay de esa necesidad insaciable de escuchar mi mente?
¿Y porque diablos sonries todo el tiempo?

Estás advertido, principito optimista.
Vas derechito a la guillotina.
Aquí no hay corazoncitos y maripositas.

No te sorprenda que te arranque el corazón,
Y con una cerveza para la cruda,
me lo coma de desayuno por la mañana.